Discurso pronunciado por don Hermógenes Pérez de Arce en el Club Providencia el 21 de noviembre de 2011




    ¿Por qué estamos reunidos aquí hoy? Supongo que para nadie ha sido fácil venir, en medio de las amenazas que se ha voceado públicamente. Hasta hubo un invitado que declinó asistir y, no contento con eso, despidió a su secretaria por haber respondido deseando que este acto fuera exitoso.

    


Otros han dicho que la presentación de este libro es una provocación. Y preparan un proyecto de ley que penalice como delito publicar un libro como el que se presenta hoy.

    Pero no he respondido mi pregunta inicial: ¿por qué estamos reunidos aquí hoy? Sólo puedo responder por mí mismo. He venido por muchas razones.

    La primera es que en Chile se ha instalado una flagrante y sostenida falsificación de la verdad histórica, la cual el libro cuya cuarta edición se presenta hoy contribuye a restablecer. Y eso es bueno.

    La segunda es que, como país, hemos dejado que esa distorsión histórica suceda, en términos de que una gran mayoría de la población ha llegado a compartir la versión falsificada de lo acontecido entre 1970 y 1990. Y en esa mayoría hay mucha gente de nuestras mismas ideas que ha sido objeto de un verdadero lavado cerebral y ha cambiado su juicio acerca de lo que sucedió en Chile en ese período. Peor es la condición de los más jóvenes, que sólo han conocido la versión falsificada predominante.

    La tercera razón por la cual estoy aquí es que nuestra inacción ha conducido a un estado de cosas que compromete el futuro del país. Hay un antiguo dicho, que se ha aplicado a otras naciones que han perdido el rumbo debido a la falsificación de su verdad histórica: "para que el mal triunfe, basta que las personas de bien no hagan nada". En Chile las personas de bien, entendiendo por tales a las que queremos un país libre, pacífico y democrático, nos estamos dejando avasallar por los que profesan un credo totalitario.

    La cuarta razón es que estoy convencido honestamente de que, si en algo apreciamos la convivencia civilizada en nuestra Patria, no podemos permanecer indiferentes cuando a una persona o a un grupo de personas se las priva de los derechos que les reconocen las leyes. Este es un camino que se sabe dónde comienza y se puede sospechar muy bien dónde termina, porque ya lo recorrimos una vez. Hoy en Chile no puede hablarse de libertad, de democracia ni de estado de derecho si un juez o muchos jueces fallan sistemáticamente contra lo que ordenan no una, sino numerosas leyes expresas y la propia Constitución de la República. Y el libro que presentamos hoy en su cuarta edición, incorpora un capítulo, escrito por el abogado Carlos Portales, que precisa esas numerosas prevaricaciones en que han incurrido los jueces en perjuicio de la persona de Miguel Krassnoff. Denunciar eso es de la más extrema necesidad.

    Durante más de veinte años se ha destinado muchos miles de millones de pesos del erario público a financiar instituciones, museos, filmes, teleseries, publicaciones y escenificaciones para convencer al país de una versión errónea y sesgada de su pasado. Se creía que este proceso, que yo he denominado "de lavado cerebral masivo", iba a terminar o cambiar si los gobiernos de la Concertación, que lo habían llevado a cabo, eran desplazados del poder por un régimen de centroderecha. Pero en la práctica ha continuado en la misma línea establecida por todos sus antecesores concertacionistas. Toda la institucionalidad financiada con fondos públicos destinada a ocultar la responsabilidad de la izquierda en la lucha armada y la preparación de su golpe totalitario, y a presentar como atropellos a los derechos humanos la necesaria acción de las fuerzas armadas, carabineros e investigaciones apara combatir el terrorismo, continúa recibiendo del presupuesto público un financiamiento multimillonario. Decenas de abogados de izquierda, cuya misión es, justamente, mantener la persecución ilegal contra quienes debieron enfrentar el desafío terrorista totalitario que nuestras fuerzas uniformadas fueron llamadas (por la civilidad) a combatir y vencer en 1973, siguen siendo pagados por el Ministerio del Interior. Los reales enemigos de la libertad y la democracia son los ejecutores de la venganza contra nuestros uniformados y están en el seno mismo del Ministerio del Interior.

    La situación de completa anormalidad del juicio público prevaleciente en nuestra patria ha llevado a que una conducta perfectamente civilizada, moral y hasta imperativa, como es la de buscar restablecer la verdad y la legalidad respecto de una persona, en este caso Miguel Krassnoff, esté siendo descrita generalizadamente como un acto escandaloso y que no puede siquiera tolerarse. ¿Por qué sucede esto? Porque, precisamente, se ha consagrado generalizadamente la falsedad.

    Ayer un columnista de izquierda se preguntaba cómo es posible que se rinda un homenaje al autor de más de sesenta crímenes. Pero la verdad es que el homenaje se le rinde, aprovechando la presentación de la cuarta edición de su biografía, porque él es inocente de esos delitos y porque al enjuiciarlo no se han respetado las leyes.

    ¿Cómo no va a ser una escandalosa falsificación de la verdad el solo decir que un grupo de personas se va a reunir para rendir homenaje al autor de sesenta crímenes? El autor de esa descripción sabe que él está faltando a la verdad y sabe que si estamos reunidos aquí es, precisamente, porque estamos convencidos de la inocencia de Miguel Krassnoff. Si se le rinde homenaje es, precisamente, porque es inocente y no porque haya cometido esos delitos.

    Además, todo esto se da en un contexto de extrema discriminación. ¿Se oye alguna voz, siquiera, que se pregunte por qué en Chile se ha indultado a 905 extremistas de izquierda procesados o condenados por toda suerte de delitos terroristas, muchos de ellos autores de crímenes sangrientos y, en cambio, sólo se ha indultado a un uniformado procesado por atropellos a los derechos humanos?

    Nadie parece recordar que la lucha contra el terrorismo de izquierda en Chile tuvo que darse porque ese terrorismo le declaró la guerra a la democracia. Explícitamente sostenía que era preciso tomar el poder por las armas para establecer un régimen totalitario, porque su modelo era el entonces vigente en la Unión Soviética, Europa Oriental y Cuba.

    Este proceso de deformación de la conciencia interna ha convertido a Chile en un país en que nadie recuerda quién prendió el fuego, pero todos de lo único que se preocupan, es de condenar, castigar y desprestigiar a quienes apagaron el incendio. Se juzga severamente todas sus actuaciones, reales o inventadas, y se olvida por completo, perdonándolos y hasta glorificándolos, a los incendiarios.

    Un gobernante totalitario dijo una vez que una mentira mil veces repetida se convertía en verdad. Aquí en Chile ha sucedido exactamente eso. El predominio sin contrapeso de la izquierda en los medios de comunicación le permite repetir una y otra vez y remachar en sus escritos, discursos, teleseries y películas (pues los fondos estatales de cultura parecen exclusivamente destinados a eso) la idea de que los uniformados chilenos violaron los derechos humanos, asesinaron y torturaron. Y han convencido al país de eso. Han convencido a muchos de los propios partidarios del Gobierno Militar. Hace días un joven columnista de derecha escribía que una de las razones por las cuales el senador Carlos Larraín debía dejar de ser presidente de RN era que no había condenado a los militantes que participaban de un acto como éste en que nos encontramos. Es que una mentira mil veces repetida se convierte en verdad. Es que los hombres de bien, por el solo hecho de no hacer nada, hemos dejado que eso suceda. Y hoy parece que somos parias en una sociedad cuya inmensa mayoría se escandaliza de que estemos aquí, mientras se gesta una moción de ley para criminalizar el hecho de que alguien discuta la mentira miles de veces repetida.

    ¿No se está pareciendo Chile cada vez más al estado totalitario que describía George Orwell en su novela futurista "1984"? Cuando la escribió, en los años 30 o comienzos de los 40, era ciertamente futurista. Y lo que sucede en el Chile de hoy es muy parecido a lo que él anticipaba en el estado totalitario regido por el "Big Brother", el Hermano Mayor o, como otros prefieren traducirlo, el "Gran Hermano".

En la novela se convocaba periódicamente a la ciudadanía a "un minuto de odio" contra el único opositor del régimen totalitario. En Chile, en estos días, con motivo de la presentación de la cuarta edición de este libro, hemos vivido nuestro "minuto de odio" contra Miguel Krassnoff porque él y unos pocos hemos tenido la osadía de defender su inocencia y denunciar que, para juzgarlo y condenarlo, se han atropellado las leyes.

    Yo hace años mantuve largas conversaciones con Miguel Krassnoff, porque quise conocer a fondo su caso. En esas conversaciones él me describió en detalle la misión que desempeñó dentro de la DINA, como joven teniente: interrogar detenidos y analizar y cotejar sus declaraciones. Detenidos a los cuales él no había apresado. De hecho, él me dijo textualmente: "Yo nunca detuve a nadie". Simplemente, no era su función. Yo le pregunté si en esos interrogatorios se les aplicaban apremios a los detenidos, y él me contestó categóricamente, también en forma textual: "No; y nunca en mi presencia se torturó a nadie". 

    Ya he dicho que una mentira mil veces repetida se convierte en verdad. Un manual de la guerrilla terrorista, conocido como "Manual de Marighela", por el apellido de su autor, un terrorista brasileño, establece como norma de conducta de todo extremista detenido la de declararse torturado. Y todos lo hacen. Pero nunca lo denunciaron a los tribunales en su tiempo. Bajo el Gobierno Militar hubo casos, y fueron denunciados y comprobados, por lo que los autores de las torturas sufrieron condenas. Pero nunca hubo una denuncia contra Miguel Krassnoff, sin perjuicio de lo cual periodistas y columnistas de izquierda y derecha lo proclaman "torturador". Es que una mentira mil veces repetida pasa a ser verdad.

    Me explicó Miguel en nuestras conversaciones que, en realidad, nunca tuvo problema para obtener declaraciones de los detenidos, porque ellos se explayaban espontáneamente para responder sus preguntas. Al parecer, hacía los interrogatorios con mucha habilidad, como lo prueba el que muchos años después, a comienzos de los años 90, cuando se abrieron procesos para investigar casos de supuestos atropellos a los derechos humanos, en uno de ellos la parte querellante, bien provista de medios, trajo a un ex jefe mirista de Valparaíso que se encontraba exiliado en Inglaterra, trabajando en la BBC de Londres, de nombre Eric Zott. Y éste, ante la ministra sumariante Gloria Olivares, declaró dos cosas de interés: la primera, que Miguel Krassnoff era reconocidamente hábil interrogador y había obtenido información que había permitido la destrucción de la actividad terrorista del MIR en mayor grado que ningún otro factor; y la segunda cosa que dijo fue que nunca había oído decir a nadie decir que Miguel Krassnoff hubiera empleado la tortura en sus interrogatorios. Su exilio en Inglaterra había cambiado al ex mirista Zott y allá había aprendido a hablar con la verdad, para gran desilusión de quienes le habían pagado el viaje.

    El testimonio de Eric Zott está reproducido en el libro cuya reedición se presenta hoy. Y forma parte de un caso paradigmático de la injusticia en la persecución contra Miguel Krassnoff. Porque ese proceso en que aquél vino a declarar se abrió en relación con la desaparición de un mirista de ascendencia francesa, Alfonso Chanfreau, quien, en primer lugar, no desapareció, sino que murió en un enfrentamiento; en segundo lugar, se trata de un caso prescrito, porque aconteció en 1974; por lo mismo, está cubierto por la ley de amnistía de 1978; en tercer lugar, por declaraciones como la del mirista Eric Zott y otras, se comprobó la inocencia de Miguel Krassnoff en él (porque en Chile, en relación a uniformados, rige una especie de "anti-estado de Derecho", pues hay que probar la inocencia, en lugar de ésta presumirse, como en el resto de los estados de derecho). Además, ese caso fue investigado y juzgado a comienzos de los años '90 y la ministra sumariante absolvió de toda responsabilidad en él a Miguel Krassnoff. Recurrido el caso ante la Corte Suprema, ésta confirmó el sobreseimiento. Hubo cosa juzgada, lo que significa que en derecho ese caso no puede volver a juzgarse. Pero eso es en los estados civilizados. En Chile este año un juez de izquierda, el ministro Jorge Zepeda, reabrió el proceso, inculpando a Miguel Krassnoff y violando las leyes sobre amnistía, prescripción y cosa juzgada, es decir, todas las aplicables al caso, amén de la presunción de inocencia, que además estaba probada en el anterior proceso de comienzos de los '90.

    En Chile se da una situación muy particular, además, pues hay un juez que se ha caracterizado por incluir en sus procesamientos a Miguel Krassnoff. Se trata de Alejandro Solís, de reconocido pasado vinculado a la izquierda, como ya en los años '70 el Gobierno Militar le hizo ver a la Corte Suprema. Pero el presidente de ésta en esos años, don Enrique Urrutia, le aseguró al Presidente Pinochet que velaría por la independencia de Solís en sus sentencias. Pero todo el mundo sabe que no es un juez imparcial en el juzgamiento a uniformados.

    Desde luego, asimila al entonces teniente Krassnoff a la llamada "cúpula de la DINA" en los años '74 y '75, siendo que entre ese teniente y dicha cúpula mediaban centenares de oficiales de mayor rango. Nunca perteneció a dicha cúpula, Solís le asimila a ella y le condena por presunción de haber cometido delitos que se le atribuyen a la misma y de los cuales ni siquiera tuvo conocimiento. Purga penas de presidio por tener secuestradas a personas que nunca ha visto en su vida. 

    ¿Por qué los jueces de izquierda le hacen lo que le hacen? A ellos el código aplicable les ordena todo lo contrario: siendo evidente que en su caso hay no sólo una, sino varias causales de extinción de responsabilidad penal; no hay pruebas que lo incriminen, y en algunos, peor aún, hasta consta su inocencia, como en el de la muerte de la mirista Lumi Videla, en que un hermano de la misma declaró que Krasnoff no había tenido participación; o en el de Chanfreau, en que el citado jefe del MIR acreditó que no era responsable. Bueno, existiendo todos esos antecedentes, los jueces reinciden en procesarlo y condenarlo, contrariando lo que les ordena el código. 

    Sobre todo que éste obliga a todo juez a investigar con igual celo tanto las pruebas de la participación del inculpado como las de su inocencia o las razones para sobreseerlo. Pese a todo eso, insisten en condenarlo.

    Las razones, ya que no son legales, hay que buscarlas en otra parte, y son evidentemente políticas. Se nos ocurren básicamente dos. La primera, que Miguel Krassnoff representa la quintaesencia del anticomunismo. Su padre y su abuelo fueron ajusticiados en Rusia por ser anticomunistas. Él también siempre lo ha sido. Para los jueces rojos eso es suficiente motivo para condenarlo. Y la segunda razón es que en sus interrogatorios, hábiles y sin salirse de la legalidad, como lo ha reconocido el ex mirista Eric Zott, Krassnoff obtuvo, entre otros antecedentes, el paradero del jefe del MIR, Miguel Enríquez. Acudió al lugar y, tras un enfrentamiento que iniciaron el propio Enríquez y sus cómplices, pues dispararon a través de la puerta ante la cual se encontraba nuestro homenajeado, que salvó ileso gracias a un suboficial de carabineros que lo empujó a un lado al oír amartillar los fusiles, se hizo posible eliminar al cabecilla del principal grupo terrorista que existía en Chile en esa época.

    Los detalles de la captura de Enríquez, que le valieron a Krassnoff una condecoración del Ejército, se encuentran en el libro cuya reedición se presenta hoy.
    Este contiene elementos nuevos, como todo lo relacionado con su publicación en Rusia, donde ha concitado gran interés público. La televisión rusa ha enviado equipos a nuestro país para interiorizarse de la situación de Miguel Krassnoff. En ese país el Gobierno Militar chileno merece gran admiración. Cuando se enteran de que el Informe Rettig dio cuenta de 2.279 caídos en los 17 años desde el 11 de septiembre de 1973, entre los que hay medio millar de víctimas de los propios terroristas de izquierda, no pueden dejar de pensar en los cien millones de muertos que ha sembrado el comunismo en los 70 años en que tuvo hegemonía sobre gran parte del mundo, y encuentran que el costo pagado en Cjhile por librarse de él es ridículo. A los rusos la izquierda chilena no puede venderles la misma pomada que ha vendido al resto del mundo y, durante los últimos veinte años, también a Chile.

    Esta cuarta edición de la biografía va a tener seguramente más eco que las anteriores, que ya lo tuvieron muy grande y se mantuvieron muchas semanas en la lista de libros más vendidos. Y esto lo digo porque esta vez los enemigos de la democracia y partidarios de la violencia se han encargado de promover la edición como ninguna de las anteriores.
    Gracias a ellos por eso. También hay que dar gracias al infatigable editor de los libros de la recta doctrina, Alfonso Márquez de la Plata y, por supuesto, a la historiadora y escritora Gisela Silva Encina, que, como heredera de su tío Francisco Antonio, ha hecho con este libro otro aporte para que los chilenos conozcamos la realidad de nuestro pasado. También merece nuestro agradecimiento el organizador de este acto, tarea en la cual ha desplegado grandes esfuerzos, el ex oficial naval Patricio Malatesta, que no omitió detalle e incluso recordó invitar al Presidente de la República, que por las razones de todos conocidas no pudo asistir.

    Y, en fin, gracias a ustedes por haber venido a apoyar este gran esfuerzo por la justicia, la verdad y la libertad que implica divulgar entre los chilenos la realidad de la persecución contra el brigadier Miguel Krassnoff, cuya libertad esperamos más temprano que tarde conseguir.