Libro sobre Miguel Krassnoff: discurso de presentación por don Hermógenes Pérez de Arce




DISCURSO DE PRESENTACIÓN DE LIBRO

 
“MIGUEL KRASSNOFF, PRISIONERO POR SERVIR A CHILE”

 
PRONUNCIADO POR DON HERMÓGENES PÉREZ DE ARCE

 
05 de Diciembre de 2007









Con particular motivación he aceptado presentar hoy este libro, porque he sido testigo de cómo al protagonista del mismo se le ha hecho víctima de uno de los peores episodios de injusticia política, corrupción judicial, indiferencia ciudadana culpable y atropello de las normas básicas del derecho que se registran en la historia de Chile.

Esta obra, que debemos a la pluma ágil y versada y a la abnegada dedicación de Gisela Silva Encina, aparte del obvio concurso del brigadier Krassnoff, pudo haber sido editada perfectamente como dos libros separados, sin que ninguno le fuera en zaga en interés al otro, pero cuyas temáticas, siendo en el fondo una sola, se refieren a épocas y naciones muy diferentes.

Digo que la temática es una sola porque trata de las tragedias que se ciernen a veces sobre los pueblos y, muy en particular, sobre grupos o personas que forman parte de ellos.

Pero el primer libro, el que se refiere a la historia de los cosacos en Rusia y su trágico destino a manos de la revolución bolchevique, bien pudo ser una gran obra de Tolstoi o de Dostoievski. Del primero, por la grandeza de la gesta. Del segundo, por la hondura de la tragedia que afectó a los cosacos en general y a la noble familia Krassnoff en particular.

El segundo libro, que se refiere al aciago destino que ha castigado a tantos militares y, en general, uniformados chilenos que dieron la lucha por salvar a nuestra Patria de un destino totalitario, bien pudo haber sido escrito por Víctor Hugo, como una segunda parte de “Los Miserables”. En cierto sentido, Miguel Krassnoff es un Jean Valjean de nuestro tiempo, un perseguido inocente de una judicatura desquiciada, politizada, corrupta e inmisericorde, que viene operando con la complicidad de toda la sociedad chilena. No sólo de la izquierda política, no sólo del centro, sino de la derecha política, que ha dejado pasar sin mayor protesta las cosas más escandalosas, bajo sus propias narices, y frecuentemente cohonestándolas, cuando no ocultándolas.

¿De qué otra manera calificar la impunidad en que ocurre y persiste el desconocimiento sistemático de la ley penal, no sólo chilena, sino universal? Pues instituciones como la presunción de inocencia, la irretroactividad de la ley penal, la cosa juzgada, el análisis objetivo de las pruebas, la prescripción y la amnistía, pertenecen al derecho penal inmemorial, pero en Chile son atropelladas todos los días, ante la impasibilidad ciudadana, la complicidad de los jueces superiores con los hechores de la prevaricación, la indiferencia de los políticos y, duele decirlo, la de los propios militares.

Así como he leído la primera parte del libro, relativa a los hechos históricos que ocasionaron la tragedia de los rusos blancos en general y de los cosacos en particular, con la emoción y el recogimiento con que se lee a un clásico ruso, he leído la segunda parte con la misma sensación de ultraje, impotencia y rabia con que en mi adolescencia me enteraba de las tremendas injusticias de que se hacía víctima a Jean Valjean, en la obra de Víctor Hugo. ¿Cómo no sentir todo eso si se le impone a Krassnoff diez años de presidio por el secuestro y desaparición de una persona que documentadamente recibió asilo en México, por ejemplo?

Pues hay cosas en este libro que desafían la credulidad de las personas honestas, y sin embargo son verdaderas. Porque uno no puede creer que alguien sobre quien han recaído cinco condenas de presidio, más cuatro procesamientos en vigencia, que configuran, de hecho para él, una pena de presidio perpetuo, no haya sido ni una sola vez, escúchese bien, ni una sola vez interrogado por el juez sentenciador.

Pero ¿no dicen los códigos que la declaración indagatoria del inculpado es un trámite esencial y previo a la declaración de su procesamiento? ¿No hemos visto que en recientes y bullados recursos de amparo masivo dictados por un juez politizado los tribunales han anulado los procesamientos precisamente por la falta de declaración indagatoria?

No para Miguel Krassnoff. Acúdase a los expedientes de sus procesos y se comprobará que hace las veces de aquella declaración ¡una fotocopia!, ¡una fotocopia! obtenida de otro proceso tramitado por un juez diferente.

¿No dicen los códigos que la declaración de un testigo abonado y que da razón de sus dichos es una prueba de peso, superior al de cualquier otra presunción? No para Miguel Krassnoff, respecto de quien, diversos inculpados en diferentes procesos han declarado que no tuvo participación alguna en los hechos, sin perjuicio de lo cual el juez respectivo ha estimado que se le presume parte de la “cúpula de la DINA”, en razón de lo cual se le procesa y condena por el delito en que no tuvo arte ni parte.

“La cúpula de la DINA” ha devenido ya lugar común en nuestros tribunales, porque el hecho de pertenecer a ella constituye, aparentemente, plena prueba de culpabilidad de múltiples delitos. Pero resulta que Miguel Krassnoff era un joven teniente y que entre él y la “cúpula de la DINA”, si es que un ente tal alguna vez se constituyó, había no menos de 80 oficiales de rango superior a él, la casi totalidad de los cuales los jueces no presumen que fueron parte de la “cúpula de la DINA”.

Para mí este ente a que acuden los tribunales para presumir culpabilidades ha merecido especial atención, porque hace algunos años un ex agente de inteligencia me fue a ver y me dijo: ¿Se ha fijado usted que siempre culpan de los delitos a la “cúpula de la DINA”?

“Por supuesto”, le respondí.

“¿Y se ha fijado usted que en dicha cúpula hay oficiales de menor rango, que eran muy jóvenes?”.

“Claro, también lo he observado y lo encuentro insostenible”, le dije.

“¿Y no se ha fijado usted que nunca se menciona, ni se procesa ni condena al Subdirector de la DINA? El Subdirector nunca es parte de la “cúpula”.

“No me había fijado. No sabía que había un Subdirector”.

Entonces comencé a fijarme mejor y comprobé que eso era verdad. Un joven teniente, antes del cual había ochenta oficiales de mayor rango en la DINA, es, para los jueces, parte de la “cúpula de la DINA”, pero el Subdirector nunca lo es, para estos efectos. Por supuesto, mi amigo, el ex agente de inteligencia, tiene una explicación para esa curiosa exclusión, pero me la reservaré, porque no me consta.

Es que la figura de Miguel Krassnoff en Chile ha concentrado el odio del bolchevismo local, lo mismo que las de su abuelo y su padre lo concentraron en la Unión Soviética, llevándolos al patíbulo y generando que sus restos ni siquiera fueran entregados a sus familiares.

He podido comprobar personalmente esta odiosidad enfocada hacia su persona. Hace años un amigo común del brigadier y mío me sugirió reunirme con él, cuando se había acumulado en su contra numerosos procesos pero aún gozaba de libertad. Tuvimos extensas entrevistas en que me refirió tanto cosas como las que se pueden leer en este libro como muchas otras. Una de las preguntas que le formulé directamente fue: “¿Participó alguna vez usted en una tortura contra alguna persona?” Y me contestó directamente, y más de lo que yo le pregunté: “Nunca”, me dijo, añadiendo, “y tampoco nunca en mi presencia se torturó a nadie, porque todas las personas a quienes debía interrogar, que eran principalmente miembros del MIR, para cuya tarea yo estaba designado, siempre respondían mis preguntas con amplitud”.

Bueno, yo era dueño de creerle o no, pero intuitivamente le creí. Leyendo este libro he encontrado testimonios de personas de extrema izquierda que han declarado lo mismo: Miguel Krassnoff se identificaba con su credencial de Ejército e interrogaba sin recurrir a ninguna coacción.

No obstante, en una oportunidad en que me hallaba en un áspero debate con otras personas, entre las cuales estaba un miembro de la Comisión de la Tortura formada por Ricardo Lagos, cuando yo aseguré que, en mi opinión, Miguel Krassnoff nunca había torturado a nadie, el citado miembro de la comisión me dijo, con mucha seguridad: “Ante nosotros ha acudido a declarar más de mil personas que dicen haber sido torturadas por él”.

Pues bien, como no se trataba de una reunión secreta ni mi interlocutor me pidió reserva, en un columna mía escribí que un miembro de la Comisión de la Tortura me había asegurado que más de mil personas las habían sufrido a manos de Miguel Krassnoff.

Días después el mismo miembro de la Comisión se me acercó y me dijo con la mayor inocencia:

“En la Comisión me preguntaron a qué miembro de ella te referías en tu columna, pues no es verdad que más de mil personas hayan declarado haber sido torturadas por Krassnoff”.

Entonces yo le dije su propio nombre; pero él, con enorme sorpresa de mi parte, manifestó que jamás me había dicho eso y que yo estaba equivocado.

Tiempo después fui objeto de una manifestación, a la cual acudieron cerca de dos mil personas. Entre quienes habían sido invitados estaban Miguel Krassnoff y su señora, pero como el primero estaba a la sazón privado de libertad, me envió una nota explicándome que su deseo habría sido estar ahí. Los organizadores, muy partidarios míos, pero no por ello impermeables al lavado de cerebros que la izquierda ha practicado a los chilenos y, es del caso añadirlo, al resto del mundo, me consultaron si no sería inconveniente leer esa carta de excusas ante la concurrencia, como otras que habían llegado. Yo respondí que de todas maneras debía ser leída. Y así se hizo, generando una ovación en la concurrencia, que justamente había acudido al acto porque presumía de no tener sus cerebros lavados.

Con sorpresa, uno o dos días después, estaba viendo un panel de televisión con tres periodistas y uno de ellos, que ni siquiera es de izquierda, se refirió al acto de homenaje que se me hizo, hablando bien de la iniciativa, pero diciendo que había sido desvirtuada por la lectura de una carta de, textual, “Miguel Krassnoff, el mayor torturador de la historia de Chile”.

En este libro hay testimonios de esta falsedad, pero como en él muy bien explica Gisela Silva, aparte de una privación de libertad injusta, ilegal e inmoral de que se ha hecho víctima a este oficial, él y su familia han debido sufrir el delito favorito de la izquierda mundial; el asesinato de imagen. En los procesos en su contra hay testimonios firmes de que los procedimientos de Miguel Krassnoff fueron siempre éticos, pero esos testimonios no han sido atendidos por los jueces.

No sólo eso, hay pruebas contundentes de que Miguel Krassnoff no estaba en Chile o en el lugar de los hechos, en los casos de otros delitos. Está probado en los procesos. No obstante ello, se han validado testimonios completamente falsos que lo inculpan, contra la documentación que prueba que físicamente no pudo participar en los hechos.

Este asesinato de imagen ya llegado a los mayores extremos. En un trabajo periodístico publicado en ese periódico tan representativo de las virtudes nacionales que se llama “The Clinic”, trabajo premiado por la Universidad Alberto Hurtado y publicado en un libro de la misma casa de estudios, se afirma que Miguel Krassnoff primero torturó y luego asesinó al cantante Víctor Jara, en el Estadio Chile, en 1973.
Yo no me habría enterado de esa premiada crónica si mi nieta mayor, que está en primer año de Periodismo de la Universidad Católica, no me hubiera informado de ella, pues se la había dado como lectura obligada. Mi nieta me observó que este oficial, de quien siempre me había oído decir que era una buena persona, había torturado y asesinado a Víctor Jara. Así se afirmaba en la crónica, que debe haber circulado por decenas o centenares de miles de manos; así se afirma en un libro editado por una universidad que lleva el nombre de un santo. Tomé el texto y fui al penal donde purga sus inexistentes delitos Miguel Krassnoff. Con rostro resignado me dijo dos cosas: primera, nunca he sido procesado ni inculpado por la muerte de Víctor Jara; y, segundo, consta en la documentación sobre destinaciones del Ejército que yo, en esa época de 1973, prestaba servicios como instructor en la Escuela Militar y nunca estuve y ni siquiera conozco el Estadio Chile.

Pero en las librerías de Santiago se sigue vendiendo el libro que asesina la imagen de Miguel Krassnoff.

El que se presenta hoy es un esfuerzo ante esa marea de denigración. Puede ser un esfuerzo limitado, pero está lleno de dignidad y justicia. Ustedes experimentarán, tal como me sucedió a mí, una sensación de incredulidad al leerlo, cuando se enteren de las atrocidades que ha sufrido este oficial chileno de brillante carrera, padre de familia ejemplar, condecorado con la medalla al valor del Ejército de Chile por haber arriesgado su vida bajo el fuego de los cabecillas del MIR, cuya guarida fue descubierta gracias a sus investigaciones; este oficial que salvó la vida de la pareja del jefe mirista, Carmen Castillo, la cual en reciente película, que se exhibe en Santiago, da una versión desfigurada de esos hechos. No hay nada que irrite más a Carmen Castillo que la reproducción del reconocimiento que hizo al buen trato que le dispensó Miguel Krassnoff cuando la recogió herida y la depositó en una ambulancia. Como es propio de izquierdistas, posteriormente cambió su versión.

Incluso nuestro oficial fue condecorado bajo la administración Aylwin, por los servicios prestados en su desempeño profesional en regiones. Pero luego se abatió sobre él la propaganda izquierdista, recogida por los tribunales, que ha sido suficiente, en manos de jueces políticamente sesgados y jurídicamente incapaces, para aplicar a un hombre ejemplar la penalidad más grave que contempla nuestro ordenamiento, que es la de cadena perpetua. Pues no otra cosa significa para una persona de su edad la sumatoria de condenas que ha recibido y sigue recibiendo por supuestos delitos de los cuales es inocente.

Porque eso debe ser remarcado: Krassnoff no necesitaría de la prescripción y de la amnistía, pues nunca cometió los delitos que se le imputan.

Un sino trágico ha perseguido a esta familia, ya por tres generaciones: abuelo, padre e hijo, situados por el destino en situación de combatir a la peor lacra de nuestro tiempo, el comunismo marxista. Los dos primeros ejecutados en la horca por los comunistas. El tercero de ellos, distinguido oficial chileno, que contribuyó a salvar a ésta, su Patria, es perseguido por el comunismo y la izquierda y recibe como recompensa cadena perpetua. Como dice el título de este libro, está “preso por servir a Chile”.

Se trata de un preso político, porque no está privado de libertad en virtud de la aplicación de las leyes, sino en virtud de decisiones políticas que atropellan las leyes. Por eso yo habría titulado este libro “Miguel Krassnoff, Preso Político”, pero personas más prudentes que yo prefirieron el que actualmente ostenta y probablemente tienen razón.

Lo que tengo el honor de presentar hoy es un pequeño acto de reparación, en medio de una injusticia tremenda. Pero tiene una fuerza enorme, la fuerza de la verdad. Está muy bien escrito, por una pluma culta y versada, como la de Gisela Silva. Ha sido acogido y editado por la Editorial Maye, de nuestro incansable y patriota amigo Alfonso Márquez de la Plata. Gracias a ambos, en nombre de la verdad y de los chilenos con el corazón bien puesto.

Pues yo siento vergüenza, como chileno, de los sufrimientos que la institucionalidad desvirtuada de mi país ha inferido a Miguel Krassnoff y a su familia, que en enero próximo cumplirá ya tres años de presidio injusto en un penal.

Por eso, en la persona de su señora, María de los Angeles Bassa, y de sus hijos, quiero pedirles perdón, tomando la representación de muchos chilenos, cuya gran mayoría, si supieran la verdad, también se lo pedirían.

Y nunca pierdo la esperanza de que, más temprano que tarde, esa verdad se imponga y el preso político de hoy pueda recibir la reparación, el reconocimiento y la gratitud que tanto le debemos los habitantes de esta tierra, por estar pagando un costo personal tan alto en su lucha victoriosa en aras de nuestra libertad..