Por favor, no nos creamos 

amantes de la justicia


 
Por José Luis Widow Lira

"Ese chileno hoy está en la cárcel. Y no sólo no se le ha aplicado la ley, sino que es inocente de lo que se le acusa. Usted lector hace rato habrá adivinado que se trata de un militar. Yo le cuento el nombre. Se trata de Miguel Krassnoff."



Hace algunas semanas atrás la Revista Sábado que aparece con el diario El Mercurio de Santiago incluía un interesante reportaje sobre personas que habían estado presas injustamente. Los que leímos ese artículo nos acercamos a la sensación de impotencia que debieron sufrir los afectados, aunque con toda seguridad quedamos a años luz de la que ellos habrán sentido. Pero más allá de eso, lo que es claro es que el sentido de justicia que llevamos dentro se despertó y rebeló ante tal desatino judicial. De aquellos con quienes comenté tal artículo, no hubo uno que haya quedado indiferente. Y aunque la muestra puede ser algo pequeña y sesgada, creo no equivocarme en este caso si asumo que cualquier chileno que lo hubiese leído habría sentido lo mismo.

Es que pareciera que los chilenos tenemos la justicia a flor de piel. Pareciera que es uno de esos bienes amados incondicionalmente al cual no estamos dispuestos a renunciar.

¿Pero es tan así?

Hay hechos, acontecimientos, decisiones que nos pueden, al menos, hacer sospechar que nuestro amor por la justicia no es tan grande como pudiera parecer a primera vista. Nos hacen olfatear que la justicia nos preocupa cuando de alguna manera es para nosotros una abstracción, una generalidad, pero no cuando nos exige actitudes, palabras o acciones concretas. Podemos llorar con el niño etíope que muere de hambre, pero nos molesta el sonido del timbre que anuncia al niño que pide en la puerta de nuestra casa. De esos hechos, acontecimientos y decisiones a los que aludo solemos no hablar, porque hacerlo, me parece, nos pone delante del espejo de nuestra propia pequeñez, …de nuestra propia iniquidad.

Quiero referirme ahora sólo a uno de esos acontecimientos. Si la lectura del artículo de la Revista Sábadoque mencionaba en el primer párrafo nos producía impotencia, ira, deseos de que la injusticia cometida fuera reparada en plenitud, no pareciera que sucede lo mismo cuando nos enteramos de la misma –exactamente la misma– injusticia sufrida por otros chilenos. No voy a hablar de todos. Voy a hablar de uno. Hay un chileno que se encuentra preso injustamente. La ley no se ha aplicado en su caso. Se le ha procesado y condenado, primero, por delitos que de ser reales habrían estado prescritos hace largos años; no ahora, sino en el momento en que se iniciaron los procesos. La ley de prescripción de delitos ha sido aplicada habitualmente por los tribunales chilenos. Pero no en este caso. ¿No es que la justicia debía ser igual para todos? Segundo, esos delitos de los cuales se le acusa, de ser reales, han tenido como prueba concluyente el solo testimonio de quienes han declarado contra él, con el agravante de que ha habido casos en los que, cuando los testimonios le favorecen, ellos son ignorados, sin que haya ningún elemento que desmerezca éstos últimos frente a los otros, salvo claro, el hecho de que son favorables. ¿Pero es éste un criterio para hacer justicia? Tercero, hay procesos y condenas en casos que ya habían sido sobreseídos definitivamente por la Corte Suprema, por lo que no se ha respetado el principio de cosa juzgada. ¿Por qué bendita causa, un principio jurídico que se aplica permanentemente en otros casos, a este chileno se le niega? ¿Es eso justicia? ¿Es eso igualdad ante la justicia? Cuarto, este chileno ha sido acusado no sólo de cometer un delito, sino de estar cometiéndolo, ¡cuando está recluido, sin libertad, hace varios años! Es un delito que ha sido creado para acusarlo y tenerlo en la cárcel. ¿Pero puede ser justo que a alguien se le condene por una figura delictiva de la que no se habló por años, porque a nadie se le había ocurrido que existiera, hasta que a algún personaje gris la ideó ad hoc para condenarlo? Quinto, en los procesos a los que este chileno ha sido sometido se ha desconocido sistemáticamente una condición que él tenía que, de haber sido tenida en cuenta, le habría significado penas considerablemente menores. Era la de actuar como hombre del Estado de Chile y no simplemente como particular. Esa condición era evidente y no necesitaba prueba, aunque por supuesto también está probada. Pero como le favorece, se le niega su consideración. ¿Es esto justicia? Sexto, en el caso de este chileno, no obstante que judicialmente hay una sola causa (con un único rol) eso no ha significado que padezca un solo proceso, sino que, por el contrario, ha debido enfrentar más de 60. ¡Cuando de cumplirse la ley debiera haber uno solo! ¿Qué justicia es aquella que ni siquiera respeta el proceso? Séptimo, este chileno ha sido condenado en procesos en los que ni siquiera se le tomó declaración. ¿Es eso respetar el derecho a defensa que tiene todo acusado? Octavo…, noveno…, décimo…, y podríamos seguir.

Ese chileno hoy está en la cárcel. Y no sólo no se le ha aplicado la ley, sino que es inocente de lo que se le acusa. Usted lector hace rato habrá adivinado que se trata de un militar. Yo le cuento el nombre. Se trata de Miguel Krassnoff.

Nosotros convivimos con esta injusticia, pero no nos conmovemos como con el reportaje de Revista Sábado. ¿Por qué? Porque conmoverse y hacer algo tiene costos. Son costos que ha creado una izquierda que ha usado el sistema judicial para vengarse por la derrota que sufriera de manos de los militares. Esa izquierda nos ha lleva actuar como si los militares, en 1973, salieron un día de sus casas y en vez de llagar a tomar desayuno a sus cuarteles, derrocaron a Allende. Nos ha empujado a pensar que esos militares actuaron contra un gobierno que se desarrollaba en normalidad. Nos ha convencido que luego, en los años que siguieron, los militares tenían la costumbre de matar civiles indefensos. Nos ha convencido, o al menos, por los costos de no hacerlo, actuamos como si estuviéramos convencidos, de que todo lo que sucedió a partir del 11 de septiembre de 1973 no fue más que una tremenda arbitrariedad de unos militares destemplados y sanguinarios que tenían al frente ciudadanos ejemplares. La destrucción material y espiritual del país, la preparación de una dictadura comunista, el uso –reconocido, confesado y abiertamente querido– de todos los medios para combatir a los enemigos de esa dictadura, incluyendo por supuesto las armas, aún usadas contra civiles inocentes; todo eso pareciera no contar. El militar que enfrentaba al combatiente de izquierda, no era más que un represor de un héroe de la libertad.

Pero esto no es justo. Por más que miremos para el lado, por más que hoy hagamos como que hemos tomado conciencia de unos hechos atroces que entonces desconocíamos, por más que rasguemos vestiduras, por más que repitamos una y otra vez la misma cantinela que nos ha venido machacando no sólo la izquierda de este país, sino la de todo el mundo, por más, por más y por más… no es justo. No importa si para esta injusticia nos revestimos de la solemnidad académica, de estudiante protestón, de profesional aséptico, de político comprensivo o de periodista objetivo. Simplemente es una injusticia. Una sola persona encarcelada sin merecerlo es un grave daño para nuestro bien común. Una sola persona presa debiera mover a la denuncia a quien ama la justicia. Quien ama la justicia no considera conveniencias políticas, beneficios o costos electorales, banderías partidistas, discursos políticamente correctos, popularidad o cosas de esta índole. Simplemente siente impotencia ante la injusticia, desea la reparación para el afectado y hace lo que puede si está en sus manos para que tal reparación se verifique.

Estoy consciente de que hoy, de buena fe, mucha gente –la inmensa mayoría– esta convencida de la culpabilidad de Krassnoff. Lo contrario sería lo raro. Sin embargo, hago una sola pregunta. ¿Es necesario saltarse el proceso y las leyes cuando alguien es realmente culpable? Espero que este sólo hecho les lleve a algunos, al menos, a preguntarse qué hay detrás de los procesos y condenas que ha padecido Miguel Krassnoff. ¡¿Vale la pena, no?! Un solo hombre en la cárcel injustamente es un severo daño al bien común.

Y si decidimos seguir viviendo como si esta injusticia no existiera en nuestra patria no presumamos de hombres preocupados del estado de derecho amantes de la justicia. Y si presumimos, al menos pongámonos rojos.