Carta del Brig. Krasnoff al Gral. Cheyre





“¿Qué ha sucedido contigo, Juan Emilio? ¿Dónde ha quedado aquel  destacado Oficial que yo observaba con orgullo que pertenecía a la misma institución que yo y profesaba mi misma carrera profesional con ejemplar honor, valor, lealtad y justicia?”


Santiago, 15 de Febrero de 2006

AL COMANDANTE EN JEFE DEL EJÉRCITO

GENERAL DE EJERCITO JUAN E. CHEYRE ESPINOSA

Presente.

Recordado Juan Emilio:

Faltando pocos días para que hagas entrega de tu alto cargo como Comandante en Jefe de nuestra Institución y basándome en el conocimiento que tengo de tu persona, el que arranca desde que éramos alumnos en esa siempre recordada Escuela Militar, Tenientes de ella y posteriormente profesores titulares de la Academia de Guerra; además de otras actividades profesionales en las que nos correspondió compartir juntos, he estimado oportuno remitir a tu persona la presente para manifestarte algunos sentimientos que, como tu bien me conoces, nacen de lo más profundo, sincero y honesto de mi corazón, como persona y soldado.

Los mencionados sentimientos y reflexiones    apuntan a mis personales experiencias respecto a esto tan extraño que me ha correspondido enfrentar en los últimos años, junto a mi querida Esposa y Familia, en mi calidad de Oficial Superior en condición de retiro de nuestra institución, y cómo ellas se relacionan con algunos de los sucesos que últimamente han afectado al Ejército.

En primer término es evidente que los medios de CC.SS., en determinadas ocasiones y para especiales materias, difunden las informaciones de un modo que eventualmente les sea conveniente por diferentes motivos que los puedan inspirar, tales como políticos, económicos, filosóficos, etc., lo que puede inducir a que las opiniones individuales basadas exclusivamente en lo publicado tenga un porcentaje de subjetividad. Sin embargo, la repetición constante de situaciones anormales que han afectado a nuestro Ejército durante tu gestión -junto con opacar totalmente aquellos aspectos positivos y muy importantes o exitosos, que sin duda has logrado- y tus actitudes y resoluciones frente a aquellas situaciones, me proyectan la imagen de un individuo absolutamente diferente al que yo conocí.

Eres otra persona, Juan Emilio. Nunca imaginé escuchar de tu boca, públicamente, conceptos bastante alejados de nuestra estructura valórica, sobre la cual descansa la existencia misma de nuestra institución, tales como: dar por hecho a priori mi supuesta culpabilidad en la ejecución de también supuestos ilícitos, al decir que las tribulaciones que yo enfrentaba, era un tema exclusivo de los tribunales de Justicia y que el Ejército no tenía nada que ver con esas materias. Por lo tanto yo, tu colega que has conocido toda una vida, era culpable de las barbaridades y estupideces de las cuales un conjunto de sujetos de muy precaria moralidad, fuerte odiosidad e investidos de un manto de víctimas que nunca les ha correspondido, pretenden inculparme, buscando lograr un objetivo que como bien entenderás, está muy alejado del manoseado y desacreditado concepto de “verdad y justicia”, dejando de paso con ello, en la más absoluta orfandad y a disposición del enemigo, a cientos de nuestros leales subalternos, que en aquella aciaga época, solo cumplieron valerosa y convencidamente, con su deber de soldados y, por supuesto, con esta actitud tuya, aceptar la versión falsa e interesada que te proporcionaba el bando que tanta tragedia produjo en Chile. En otras palabras, nunca creíste ni consideraste como valedera, real ni seria, la versión de los hechos que, majaderamente te expliqué en su oportunidad y aquellos conceptos que te manifestó Angie, cuando tuviste a bien recibirla en tu despacho. Solo nos expresaste, en privado, que tuviéramos confianza en ti y en tu gestión. Resultado a la fecha: el que tú conoces.

El hecho de enfrentar a la justicia jamás me ha amilanado, pero dadas las particulares posturas e intencionadas interpretaciones que se han hecho de todas las figuras constitutivas del ordenamiento jurídico nacional para juzgar a todos aquellos que combatimos a un adversario artero, violento, cruel y sanguinario, preparado de antemano para asesinar y aterrorizar a la sociedad chilena hace más de 30 años atrás y que tu muy bien conoces, me han producido una sensación de impotencia y soledad corporativa enorme, al percibir que enfrento una abierta y muy bien planificada injusticia ante lo cual, individualmente, no me es factible visualizar la conquista de una legítima solución, constitucionalmente justa, legal y apegada al respetable concepto de  lo que es la Justicia.

¿Sabes tú como se me lacera el corazón cuando escucho de tu boca conceptos como el detallado, especialmente al estar convencido que no ha escapado de tu percepción, que la mayoría de los miembros del Poder Judicial son tan víctimas como yo, al no poder soportar la formidable presión política que sobre ellos se ejerce, para que materialicen la tan deseada venganza que busca el adversario de ayer, impidiéndoles hacer respetar las leyes, el Estado de Derecho y emitir resoluciones inconstitucionales y contrarias a su moral y a su alta investidura?

¿No te nace decir nada al respecto a quién corresponda, como por ejemplo solicitar respetuosamente, que se apliquen para militares que están en una situación como yo, las leyes vigentes en Chile y se termine con la injusticia, la inmoral persecución y el odio, tal como lo debieron haber hecho en su oportunidad tus antecesores hace mas de 15 años atrás? ¡Hasta cuando se deberá soportar esta abierta prevaricación, contando solo con los ingentes, pero inútiles hasta ahora, esfuerzos de los Abogados!

En fin, pero así empezó toda esta situación, para lo cual y para mayor abundamiento, te adjunto un documento solo para tu conocimiento personal y para que extraigas tus propias conclusiones, pero ten por sentado desde ya que soy inocente de todo ilícito, moral y profesional con el cual han pretendido vincularme, junto a mis subalternos de esos años, tal como consta en infinidad de expedientes judiciales en los cuales están los detalles de cada uno de los espurios procesos a los cuales he sido sometido, después de deambular por más de 27 años por casi todos los Tribunales del Crimen de Santiago.

¿Me habrás usado como un elemento de transacción con mis vengativos adversarios para la obtención de determinadas promesas que eventualmente pudieran beneficiar a otras personas o “en bien del futuro de la institución o de la Patria ”? Esta apreciación me la hago para tener una mínima justificación medianamente lógica ante el sinnúmero de barbaridades y arbitrariedades con las que he sido tratado en el ámbito de lo tu llamas “Justicia”.

Si así ha sido, esta actitud tendría una denominación muy ofensiva para su ejecutor, particularmente si ostenta el honor de vestir nuestro uniforme y comandar la institución permanente más importante de la República, acepción que me abstengo de explicitar pues aún guardo la esperanza y confianza que los camaradas integrantes de nuestro Ejército de Chile, especialmente los componentes del Alto Mando, conservan la misma estructura valórica en la cual tu, yo y ellos hemos sido formados.

Si no ha sido así, mis más profundas excusas por esta sospecha, con la certeza que más temprano que tarde, se conocerá la verdad, solicitándote que no olvides que, recientemente, millones de seres humanos en gran parte del mundo fueron masacrados, asesinados y vejados, esperando el cumplimiento de determinados compromisos que en su momento una filosofía política intrínsecamente perversa y atea, prometió cumplir.  
  
 Adicionalmente deseo manifestar que nunca, ni antes de vivir esta extraña actual condición, ni ahora, ha salido de mi boca alguna palabra u opinión que insinúe alguna crítica o molestia hacia tu gestión, actitud que estimo fundamental para corroborar la consecuencia con la que se debe comportar un individuo que verdaderamente ama a su institución, la respeta, que tiene el alto honor de tener dos hijos entregados a ella y que siente sólidamente que, junto a su esposa, sigue perteneciendo a nuestra gran Familia Militar. Con esta aseveración quiero que tengas por seguro que los temas que trato en la presente, sólo los hago contigo.

Volviendo a lo central de lo expuesto, estos apresuramientos con el cuales has emitido juicios condenatorios públicos, se han repetido con sorprendente continuidad como por ejemplo, entre otros, los en extremo lamentables sucesos de Antuco y la Antártica , juicios que han dejado también en la orfandad más absoluta y entregados al patético-repetitivo y vergonzoso-escarnio del vulgo a los presuntos responsables de dichas tragedias, mucho antes de conocerse la realidad de lo sucedido y de tener a la vista los resultados de las respectivas indagaciones sumarias administrativas y judiciales, actitudes tuyas que invariablemente conducen a la aparición de un sentimiento de desconfianza y desconcierto en el corazón de todos tus subalternos, con el agravante de exponerte tu mismo a críticas inaceptables en las cuales públicamente se cuestiona la honorabilidad de nuestro Comandante en Jefe y, por parte de una  importante autoridad de Gobierno, el honor de aquellos integrantes de la Institución que pertenecimos a ella en un período determinado, en circunstancias que  sobre muchos de ellos, tanto tu como yo, tenemos responsabilidades directas en su formación valórica y profesional.  Pese a todo lo anterior, ante tanto agravio y grosería, no he visto ni oído reacciones tuyas con el señalado apresuramiento que has demostrado para prejuzgar a tus subalternos.

Creo que si de rotular responsabilidades apresuradas se trata, la magnitud de las consecuencias que han tenido todos los hechos relatados, debería hacer meditar los verdaderos grados de compromiso que le corresponden a otros niveles superiores del mando institucional y asumir sus faltas con honor, valor y decisión, pues permanentemente todos los errores de trascendencia nacional que han involucrado a militares, los han tenido que asumir solo los subalternos, los que en definitiva, no han hecho otra cosa que dar cumplimiento a una cadena de políticas y ordenanzas que emanan desde el más alto nivel de la jerarquía del Ejército, sin excluir por supuesto, las personales faltas, omisiones, irresponsabilidades o delitos cometidos por los señalados subalternos, situaciones que deberían dar cabida a castigos ejemplares, pero solo una vez determinadas todas las circunstancias de los hechos y agotadas todas las instancias legales, constitucionalmente respetadas, que un caso determinado amerite, pues nadie está autorizado para presumir anticipadamente que un militar -Oficial o Suboficial- premeditadamente planee producir una catástrofe en la se pierdan valiosas vidas y a exponerse a ser tratado públicamente como asesino, criminal, torturador u otra ofensa por el estilo, la que no solo  afecta al individuo, sino a la institución toda.

¿Qué ha sucedido contigo, Juan Emilio? ¿Dónde ha quedado aquel  destacado Oficial que yo observaba con orgullo que pertenecía a la misma institución que yo y profesaba mi misma carrera profesional con ejemplar honor, valor, lealtad y justicia? Me sentía muy bien por aquello.

La respuesta la tendrás tú, pues yo por ahora, no tengo explicación. Tu sabes que jamás tú o yo nos prestaríamos para ejecutar, ser cómplices u ocultar una  falta o delito cometido por algún miembro de nuestro Ejército; muy por el contrario: seríamos los primeros en asumir nuestras propias responsabilidades o denunciar a quién hubiese correspondido, pero con todas las evidencias claras a la vista y siguiendo los procedimientos legales justos que se deben aplicar en dichos casos. Finalizados estos procedimientos, seríamos también los primeros en exigir el castigo ejemplar y más drástico para el culpable, pues eso es lo que indica el compromiso de nuestra profesión y de nuestro juramento pero, insisto, actuaciones tuyas como las relatadas en la presente, no corresponden al perfil que acabo de hacer de tu persona y que aún trato de conservar en mi retina afectiva y motivacional.

Te observé detenidamente cuando tuviste la deferencia de venir en vísperas de Navidad del año pasado, a efectuar una visita a los que nos encontramos en este Campo de Prisioneros. Cuando te retiraste, me pregunté: ¿A qué viniste?, pues ni siquiera me deseaste felicidades, buenos augurios para mi querida Esposa y Familia a los que conoces toda una vida, reforzarme la esperanza de una Justicia pronta y legal, si yo tenía necesidad de algo, etc. y etc. Nada de eso; sólo hablaste de algunas penurias tuyas del momento, tu cansancio y, finalmente, participaste de un pseudo corto servicio religioso en el que los sacerdotes presentes evidenciaban un nerviosismo absoluto. Lo único rescatable para mi durante tu estadía en este lugar, fueron los abrazos de llegada y despedida que nos dimos. Solo en ese momento, te sentí sincero. De ahí mi pregunta: ¿Qué te han hecho, Juan Emilio, y que te ha pasado?

Finalizo la presente, con la convicción que interpretarás la presente sólo como una personal reflexión de un Oficial Superior de nuestro Ejército que ha sido expuesto a vicisitudes extremas en forma arbitraria, ilegal e injusta; que sufre con el dolor que actualmente invade el alma de todos los que pertenecemos al Ejército y que no ha sentido la presencia afectiva ni moral del máximo representante de su querida Institución, persona que en su momento la consideró su Amigo, concepto que si es real y sincero, se manifiesta con mayor fuerza en las penas, más que en las alegrías.

Te consta que jamás te he pedido nada y en esta ocasión tampoco lo haré. Solo aspiro a que nunca más, por situaciones como las descritas, se permita que poderes o fuerzas fácticas descalifiquen y pretendan destruir a nuestra institución y que sean causantes del deterioro de la profunda vocación militar profesional que actualmente invade el espíritu de mis hijos que pertenecen al Ejército de Chile, solo por el hecho de llevar, con orgullo, el apellido que llevan y que no se niegue, por las mismas razones, que mi esposa y resto de la familia , vean limitada su pertenencia a la gran familia militar.

Que Dios te bendiga, recordado Juan Emilio, al igual que a tu distinguida esposa y familia, pues lo que es a mí, ya me bendijo con dotarme de la sangre que corre por mis venas, entregada por mis nobles antepasados; por permitirme tener la esposa y familia que tengo, que con  ejemplar dignidad y estoicismo soportan esta tan pesada Cruz; por darme permanentemente la fuerza para mantener la lucha contra la injusticia ; por darme la esperanza cierta de la pronta finalización de la aberrante condición a la que me han sometido; por alejar de mi espíritu todo viso de odiosidad hacia los que tanto daño me han hecho; por estar rodeado de un sólido sentimiento de amistad por parte de un sinnúmero de personas honorables y de corazón sincero que no han escatimado esfuerzo alguno por demostrar su cariño y aprecio hacia mi persona; por haberme permitido pertenecer a mi querido Ejército chileno desde el cual me dio la posibilidad, entre otras tantas realizaciones, de luchar por la libertad de esta tierra que no me vio nacer, pero que la amo y respeto como si fuera integralmente mía y por sentirme tan amado por Angie, mis hijos y familia toda, como lo estoy hoy, después de más de 35 años de matrimonio y pese a los caminos tan llenos de misterios que Él ha tenido a bien diseñarme en mi vida.

Adiós, Juan Emilio. Te deseo un futuro exitoso y venturoso en el mundo civil, junto a tu Esposa y seres queridos, esperando que aquel perfil que me permití diseñar respecto a tu persona y la imagen que porfiadamente se mantiene en mi retina de tu forma de ser, no se diluya definitivamente.

Te saluda atentamente,


            Fdo.) MIGUEL KRASSNOFF MARTCHENKO
          Brigadier

P.S. Te adjunto documento prometido.

Nota: Esta carta fue estrictamente personal y privada. Sin embargo dejó de serlo cuando el propio Gral. Cheyre la hizo pública en diferentes círculos, en dos oportunidades. Sin respuesta a la fecha.